LA MUJER EN EL ANTIGUO EGIPTO
Entonces, como cabía esperar, entre los antiguos egipcios, pueblo atraído por las más disímiles creencias religiosas, jamás anidó una visión única sobre la génesis del mundo, ni tampoco fueron propicios a adorar una sola divinidad. En este sentido no fue un único dios el que se sentó, como un rey absoluto, al trono de la esfera divina, sino que dicho ámbito cobijó bajo su abrigo a una pléyade de dioses que tuvieron que contentarse con reinar en aquel universo de manera compartida y dar asimismo acogida a divinidades femeninas.
Del mismo modo, el poder sobrenatural y milagroso de crear el mundo no descansó enteramente sobre los hombros de divinidades masculinas, ya que el peso de dirigir las riendas de la creación también reposó en las manos de deidades femeninas; y es que hubo tradiciones cosmogónicas entre los antiguos egipcios que les atribuyeron dones creadores a dioses hembras y afirmaban deberles a éstas el origen del universo. Así, en numerosas ocasiones, lo femenino encerró en sí la llave que abría las puertas del universo, bien sea al encarnar a una deidad creadora originaria o al dar cuerpo a algún principio propiciador de tal creación.
No ha de causarnos extrañeza entonces sistemas cosmogónicos como los de la ciudad de Heliópolis en los que, según reza la leyenda, cuatro diosas hembras concurrieron junto a cuatro dioses machos a la creación del mundo, o como el de Hermópolis en el que el dios Atum creó al mundo tras masturbarse, donde se insinúa sin embargo que el principio que llevó a desencadenar, como un soplo alentador, las fuerzas de la creación fue la mano del propio dios, la cual se señala de naturaleza femenina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario